Foto por @alinabuzunova en Twenty20

La fuerza de voluntad no depende de ninguna formación específica, un medicamento o una condición del organismo distinta a la naturaleza misma que nos hace humanos. Esa fuerza nace del afán de supervivencia, de ese instinto que nos ayuda a preservar nuestras vidas y, a medida que la vida nos llena de experiencias, a formarnos aspiraciones, metas y sentido de logro.

Es importante siempre tener una ilusión, un aliciente que nos dé energías. Pero el principal aliciente debe ser siempre la vida misma, tu propia vida. Poner en manos de otras cosas o de gentes, lo sepan o no, nuestra felicidad, es crear una dependencia frágil, pues es normal que las demás personas y las circunstancias cambien y que nuestras expectativas no se cumplan. Nuestras expectativas deben estar enfocadas en nosotros mismos, en cultivar nuestras capacidades, en adaptarnos a las circunstancias y en comprender que las demás personas, desde nuestros padres hasta los amigos, conocidos y e incluso los enemigos, no son más que relaciones con principio y final. Son accidentes, completamente pasajeros y con vidas e intereses propios que a veces encajarán con los nuestros, pero otras veces, no.

Así que la fuerza de voluntad tiene que ver con fortalecerte tú mismo y ser flexible, bondadoso, comprensivo y enfocado en hacer bien lo que quieres y debes hacer. No se trata de ser un ermitaño, un amargado o un egoísta, sino de estar tú mismo lo suficientemente bien como para acompañar y ayudar a otros cuando sea posible. En el mejor de los casos, aunque no en todos, recibirás lo mismo de algunas personas a lo largo de la vida. Por eso, y por todo, hay que estar agradecido.